Como el bambú de la leyenda, aquel que aparenta no brotar pero, al cabo de los años, un día explota en un récord de altura, Ricardo Montaner supo quintuplicar a su público a fuerza de décadas. Su séquito ya no son sólo las enamoradizas de los ‘90, sino las hijas de ellas, sus maridos y sus nietos: “Y pensar que hace unos años -advierte- creía que siendo abuelo iba a perder público”.
En la última década repitió Luna Park casi cada año y con decenas de funciones cada vez. Un cálculo veloz indica que en diez años lo habrán visto casi 500.000 personas en la Argentina (hoy regresa al Luna, hasta el 16 y reincide el 20 y 21). La topadora Montaner, con sus 52 años bien llevados y su fe más ferviente que nunca, sólo puede explicar esta fiebre del presente como “un milagro”. ¿De qué otra manera podría entenderse que antes de que Soy feliz tenga disco donde inmiscuirse, el “virus” como le llama al hit, se propaga a la velocidad de la gripe A? La propuesta de Clarín al caribeño del momento es extirparlo de la típica situación de nota periodística en un hotel. Y la contraoferta llega al instante: “Recorramos el Luna Park vacío”. Si para Mario Benedetti un estadio vacío era el esqueleto de la multitud, para Montaner es algo más festivo: “Juego a sentarme aquí y ver desde la perspectiva en la que miles de almas me van a ver cada noche”, argumenta de cara al escenario a medio armar.
Su abuelo Laurentino Reglero, rememora el argentino-venezolano, lloró a Carlos Gardel en el Luna Park en 1935. Con su hijo sobre los hombros (el padre de Montaner), fue una de las hormiguitas que desfiló por aquel altilocuente funeral colmado de carrozas y policías a caballo. Más de medio siglo después, su nieto se apodera de ese templo. Y los recuerdos van y vienen. No puede dejar de evocar a Laurentino, atornillado en cada show. “Se sentaba por ahí” - muestra- y se convirtió en un personaje popular entre los fans, que lo visitaban en Ciudad Evita y luego en Montegrande”. Y repasa: “Le llevaban facturas para tomar mate. Y él los saludaba como si fuera la estrella... Recuerdo el día que lo nombré y ese asiento ya estaba vacío”.
Continúa el tour del hombre exageradamente feliz. Cuenta que hay una butaca “invendible” en el superpullman: el lugar de “la primera dama”, Marlene (su esposa), esa rara avis, adorada por las fans de su marido. “Así sean veinte presentaciones al hilo, ella no falla”.
Ahora, el actor le gana al músico y vomita su disconformidad con esos vendedores que en plena canción, irrumpen con su voz ronca: “¡Toda una vida para escribir canciones y el romanticismo queda por el piso, ¡A los panchos, a los panchos!, te interrumpen”.
Lograste algo inusual: poder hacer cada año decenas de Luna Park y no cansar. Con los años aumentaste el público, lo que para un artista de tu edad podría ser a la inversa... ¿Cómo creés que lo hiciste?
Yo no puedo atribuirle una explicación más que a un milagro. Dios fue conmigo tan bueno que pude superar el target que me sigue. La gente que me sigue, en lugar de envejecer es cada vez más joven. El único que se pone viejo soy yo. El otro día me pasó en el programa de Marcelo (Tinelli): había niñitos de tres años que eran mis fans. Los niños me gritan a coro, “Ricardo, soy feliz”. Eso no me pasaba. Y no es normal la simpatía masculina.
¿O sea que dejaste atrás la época en que te arrojaban la ropa interior?
En algún lugar sigue habiendo alguna extrovertida que lo hace. Pero mis fans son tan respetuosas de mí como yo de ellas. Hay una relación de respecto que me he encargado de ir cultivando para que no haya mala interpretación.. Y yo crecí con dignidad. No me quedé estacionado en una época. No pretendí seguir siendo como ese que era. Obviamente tratando de verse sin panza. Yo me comunico con la gente como la gente se comunica. No he tenido que inventar poses para caerle bien a nadie. Y menos ahora de viejo voy a venir a creérmela que soy mucho. Lo más antifórmula que existe soy yo. Soy feliz y si escribí eso es porque me sentía así.
¿No sos exageradamente positivo?
No asumo una posición que no vivo. La felicidad no es una utopía como la mayoría cree, que venimos al mundo a sufrir y a pagar.
¿Y no te dicen que es fácil pensar así siendo Ricardo Montaner? Es fácil ser feliz siendo quien uno sea. No puedo ponerme en la posición de otro. Cada quien tiene suficiente elemento para ser feliz. Vivas donde vivas. Yo no fui Montaner toda la vida. He sido feliz con todos los líos que pude tener. De Avellaneda me fui a Maracaibo a vivir sin aire acondicionado y era feliz. Y mis padres se divorciaron y me las arreglé para mantenerme feliz.
¿Te pusiste a reflexionar qué significa el abuelazgo en tu vida (pronto será abuelo de su hijo Héctor). Muchos se deprimen en esa instancia...
Yo pensaba antes de ser candidato a abuelo, que cuando me dijeran que iba a ser abuelo me iba a amargar. Que el público iba a seguir otro que más joven. Y fue al contrario. La gente ama ver a una persona con una familia común y corriente. Lo único que me da miedo de la vejez es la dignidad con la que vivir.
Alguna vez dijiste que tu primer hijo era para vos un juguete. ¿Ya abuelo, te arrepentís de su crianza?
No porque mi primer y segundo hijo me enseñaron cosas que pude aplicar a los otros tres. Siempre criar un hijo es ensayo y error. Quizá mi primer hijo, a los 18 años, fue conejillo de India para luego graduarme de papá.
Del argentino que adoptó Venezuela se conoce demasiado. De esa vieja historia de exilio desde Valentín Alsina a Maracaibo, impulsado por la pobreza. Pero poco se sabe de la inseguridad de este líder actual que “tenía todos los tickets para ser un perdedor”. Sentado en la butaca 48 F, olvida a los obreros que ametrallan los oídos y se suelta: “Usaba lentes de aumento, era narizón y me corté la nariz en los 80. No era popular. ¡Y al principio del bachillerato encima me crecían los bigotes como frenos de bicicleta! La música me ubicó en otro lugar. A mis limitaciones las escondía detrás de la música, el escudo que me permitía pasar puertas”. Y le habla directo al grabador, con moraleja incluida: “Ahí salió el verdadero, el que estaba guardado detrás de unos lentes y un bigote. Quiero decirles a esos que adentro de ese inseguro hay un ganador”.
Sueña con programa propio de TV (“usar la caja mágica para dejar sembrado en el corazón un mensaje”) y pre-produce un disco de tango (“con músicos argentinos”). Como buen artista que sabe que “Dios no atiende solamente en Capital”, girará por Rosario, Santa Fe, Córdoba, Olavarría, Mar del Plata, San Vicente, Junín y Misiones. Antes, inaugurará oficialmente la Fundación Ventana de los Cielos, a la que abrió en Rosario e intentará alentar a Independiente desde la platea. “Podría ahorrar trabajo y cantar en un estadio con 60 mil personas, pero disfruto más así. Tocándole cada día el corazón a la gente”.
“¿Podemos hacer un trato?”, resuelve como un avezado jefe de marketing. “El que se siente en la butaca que ocupé para esta nota, va a tener premio”, avisa hipersonriente. Llámese dichoso el que pueda ser tan exageradamente feliz.
Fuente: www.entremujeres.com
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