La firma Carolina Herrera fue al comienzo el indicio de un capricho de una alta dama; pero en manos de una personalidad tan vivaz, ambiciosa y potente, la iniciativa de la señora Pacanins, de soltera, no iba a quedar en una anécdota. De hecho, no lo fue el diseño de su traje de boda para Carolina Kennedy, la hija mayor de John Fitzgerald Kennedy, ni años después su medalla de Oro de las Bellas Artes conseguida en España en 2005.
Ese rojo maduro que luce el logotipo de su casa viene a ser, al cabo, la filosofía de la creatividad sin tiempo fijo y la fuerza de la feminidad y una arrebatadora confianza en sí misma.
¿Y qué ocurrió concretamente para aventurarse en la moda?
Primero me dio por diseñar telas y le conté mi proyecto a Diana Vreeland, la directora de Vogue. Pero ella me dijo: "Diseñar telas es aburridísimo, ¿por qué no haces una colección?". Así que ella me dio la idea y ella fue, al cabo, mi mentora. Mi primera colección la hice en Caracas con mi costurero francés en los ochenta.
¿No pensó que empezaba demasiado tarde respecto a los demás, que ya estaban establecidos?
¿Tarde? Para nada. Tenía cuatro hijas y un nieto que nació el mismo año en que abrí el negocio. Ahora ya, a mis 71 años, tengo 12. Doce nietos y una bisnieta. El primer desfile lo hice en el Metropolitan Club de Nueva York y fue prácticamente todo el mundo. Fue, lo que se dice, un gran éxito. Todo el mundo quería comprar. Así que decidí formar una compañía y abrí unas oficinas en la calle 57. Por cierto, allí está ahora el edificio de Dior. De 1981 a 1992 se mantuvo nuestra sede social y tuve la suerte de que a las mujeres que veían nuestra colección les gustaba y la compraban. Esta fue la base de mi éxito: compraban. Pero soporté además críticas muy negativas de unos y otros, en los periódicos y por ahí.
El País.com
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