De todo el horror, el dolor y la degradación física y mental que Ingrid Betancourt sufrió durante seis años y medio en la selva colombiana, posiblemente nada le resultó más peligroso que cuando sus secuestradores intentaron borrarle el último rastro de identidad: su nombre.
Querían identificarla por un número. Y ella se negó, lo cual molestó a otros rehenes y probablemente los puso a todos en mayor riesgo. “Ingrid Betancourt”, respondió cuando le pidieron que repitiera su número.
“Para mí era como quitarme oxígeno”, dice ahora Betancourt en una entrevista muy emotiva sobre la publicación de su libro “No hay silencio que no termine”, titulado en inglés “Even Silence Has an End”, su impactante y agonizante memoria de la vida en cautiverio.
“Hay cosas que haces porque tienes que hacerlas. No siempre calculas las consecuencias. Y por eso a veces haces cosas muy tontas”. Finalmente, sin embargo, los secuestradores cedieron.
El libro de Betancourt ya fue calificado como “un clásico de la historia y de la literatura colombianas” por Héctor Abad, uno de los escritores vivos más influyentes en su país. También está encaminado a impulsar a Betancourt —una heroína en Francia y una figura más compleja en Colombia (tiene ambas ciudadanías)— a una mayor fama en Estados Unidos y otros lados, incluida su presencia el miércoles en el programa televisivo de Oprah Winfrey.
Y de esto aflora la pregunta de hacia dónde se dirige ahora la ex senadora y ex candidata presidencial colombiana con varios posibles destinos para la aspirante de un partido menor cuando fue secuestrada en febrero del 2002. Las especulaciones sobre esas escalas abarcan otra campaña presidencial, un plan mundial contra el secuestro o hasta nuevos libros.
“De verdad no quiero regresar a la política, pero no puedo decir que no lo haré (después)“, reitera Betancourt, sentada en la sala de la casa de un amigo en Manhattan. A los 48 años de edad y con dos hijos, parece mucho más joven. Luce elegante con una falda corta, unas zapatillas altas sin talón que descubren dedos pintados de morado y un collar de perlas en su cuello que, en la selva, fue a menudo cubierto con cadenas.
“Me siento preocupada por Colombia y obligada a reaccionar”, dice. “Pero tengo que reconstruir mi vida. Soy humana“. Afirma que necesita encontrar su propio espacio para vivir, aunque por ahora descarta Colombia.
Betancourt fue capturada por guerrilleros de las FARC cuando viajaba a San Vicente del Caguán, adonde el entonces presidente Andrés Pastrana había ordenado el regreso de las fuerzas armadas luego de fallidas conversaciones de paz.
Durante el cautiverio realizó varios intentos para escapar, y en castigo estuvo encadenada gran parte del tiempo.
El libro comienza con un horrible castigo por el tercer intento de fuga, cuando a rastras salió de la “jaula” que compartía con su asistente de campaña Clara Rojas.
“Comencé con eso porque fue el momento más difícil”, explica. “Pensé que si puedo escribir sobre esto, puedo escribir sobre cualquier cosa”. Estuvo encadenada y caminaba detrás, como sujeta por una correa. Sin embargo, no escribe sobre lo que es una noción generalizada: que fue violada al ser recapturada.
Responde: “No me gusta escribir de todo. Uno dice ciertas cosas por respeto al alma, por lo que eres, por los otros también —mis hijos, mi mamá, los lectores— incluso los captores”.
Después de seis años con la vida en vilo, Betancourt fue rescatada en una operación espectacular de soldados infiltrados entre las FARC.
Ya libre, en una acción que no le ganó amigos en Colombia, hace poco demandó al estado colombiano por 6,8 millones de dólares en perjuicios por su cautiverio. Numerosos colombianos la consideraron ingrata. Más tarde, retiró la querella.
Betancourt asegura que su acción fue en aras de todas las víctimas del terrorismo que merecen la protección del estado.
“Ha sido muy doloroso ver la reacción”, dice, con los ojos empañados por el llanto. “El gobierno colombiano presentó esto como si yo estuviera demandando a los soldados que me rescataron. … creo que fue muy injusto, muy humillante“.
“Eran como lobos detrás de mí, de la manera más cruel”.
También ha tenido que enfrentar las secuelas de unas declaraciones que hizo sobre Colombia, por ejemplo, que su sociedad está “enferma”.
“Sí, creo que estamos enfermos”, dice con acento en el verbo la ex política que en la década de 1990 cobró fama al denunciar la corrupción de las drogas ante el congreso de Colombia. “Me incluyo. Somos apasionados. Podemos pasar del odio al amor sin escalas. Creo que esto explica nuestra violencia”. En cuanto a su persona, Betancourt dice que ahora se siente verdaderamente diferente, cuando han transcurrido más de ocho años de su captura.
AP
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